Cuando ves a una persona y admiras su belleza, su bondad. Cuando lo que expresa es afín a tus ideas, a tu pensar... todo esto es agradable sentirlo como tu propio reflejo.
Sólo es la parte brillante y visible de ese artilugio que llamamos espejo y que devuelve a nuestras retinas una única y creíble imagen. Pero si desenmarcas, ya que acostumbra a estar oculto tras un hermoso marco o funda ese espejo; si lo giras, comprobarás que hay una parte oscura, fea, en el lado posterior. Esa eres tú también.
El Espejo es el mejor símbolo que define tu idiosincrasia, tu dualidad.
Eres luz y oscuridad. Eres bueno y malo, o mejor dicho, Amor y Miedo.
Todo lo que ves en la parte oscura del espejo es tu sombra oculta.
Todo lo que se refleja es tu aspecto visible ante los demás, pero que se sostiene gracias a esa oscuridad trasera llamada revestimiento.
Nos pasamos gran parte de nuestra vida ocultando, negando, reprimiendo esa... nuestra parte oscura; condicionados por un modelo a seguir de educación y saber estar muy válido, pero no necesariamente anquilosante.
Porque recuerda que sin oscuridad no hay luz.
La próxima vez que veas a una persona y sientas en ti la otra cara del espejo, no la niegues, no la ocultes; sólo mira de equilibrar el efecto que crea en ti, porque también eres eso que odias en esa persona, sólo te lo muestra para que no olvides que tú eliges como reflejarte: por la parte brillante o por la parte oscura.