Etimológicamente es: "en" dentro y "pathos" sentimiento.
La empatía ya viene integrada en nosotros desde nuestro nacimiento a través de las neuronas espejo.
Esa capacidad innata de imitación que tanto te ayudó en la infancia de cara a tu aprendizaje, ahora tal vez se haya diluido entre tu raciocinio y no sepas ver que está igualmente activa. Desde otro nivel continúa perenne en ti.
Adecuando el lenguaje y las circunstancia podemos decir que de adultos ya no imitamos, sólo empatizamos, aunque la función neuronal continúe siendo la misma.
Esa actitud de tolerancia y asertividad hacia los demás está reconocida y bien vista a nivel social. Nos hace ser solidarios, amables y permisivos; incluso personas más felices.
La empatía es nuestra tendencia natural y si se desarrolla en un ambiente adecuado es lo mejor que podemos aportar y recibir recíprocamente.
Por el simple hecho de ser una tendencia innata, esa comodidad a la hora de ser receptivos, puede crear un efecto para nada agradable y sí peligroso para nuestra estabilidad emocional.
Ante la interacción de problemas, sufrimientos o alegrías ajenos, si tu campo emocional no está bien delimitado, puedes estar sintiendo rabia, dolor, miedo o alegría que no son tuyos pero los estás viviendo como tal.
Si eres de esas personas extremadamente empáticas, que son esponjas absorbiendo energías de su alrededor.
Si los problemas de los otros se impregnan de tal manera en ti que sientes dolor, taquicardia, desesperación, enojo, cualquier tipo de emoción que incluso te impide conciliar el sueño... No te permitas caer en la vibración que esa persona está proyectando.
Sé egoísta para el exterior, pero sabia y amorosa para tu interior; para contigo misma.
Ayuda más distanciarse cautelosamente de esas emociones ajenas y mantener tu vibración alta y firme, desde donde podrás sostener y ayudar a permutar esa energía, que dejarse caer en las redes de esa empática baja vibración.