Para ello se basó en las formas conductuales y repetitivas en la evolución estudiada de dicha enfermedad, y en un número suficiente de casos como para crear una norma aseverativa y difícilmente inamovible: El Pronóstico.
Tal vez si hoy día Hipócrates estudiara los procesos conductuales de las personas ante las enfermedades, implantaría nuevas formas de pronóstico.
Con el desarrollo de la medicina y la catalogación de norma estructurada, a las estadísticas conductuales o biológicas de la enfermedad, hemos dado paso a algo más férreo que la simple palabra de un médico; hemos creado un dogma asimétrico, y en ocasiones desproporcionado.
Hemos impuesto una creencia inconsciente que como la más potente bacteria, sin antídoto posible, causa innumerables bajas en las filas de las crecientes estadísticas.
No hay pronóstico sin diagnóstico, pero... ¿Es posible un diagnóstico sin pronóstico?
La sistematización y clasificación de enfermedades en grupos, tipos y frecuencias ha creado el constante ejercicio de predicción patológica.
Si ante un diagnóstico favorecedor, los argumentos predictivos y favorables ayudan anímicamente y por resonancia añadida, al restablecimiento de la salud de la persona, sin entrar a valorar la fe depositada en el médico.
¿Qué pasa ante un diagnóstico pésimo?
¿Quién arremete con mayor virulencia: el proceso patológico o el emocional?
Gran dilema al aplicar la sabiduría del conocimiento: saber hablar o callar en el momento idóneo.